El examen y diagnóstico del médico comenzaba por una confesión
de los actos negativos del enfermo y esto determinaba la actuación de aquel y
la suerte de este.
La concepción egipcia de la enfermedad, admitía en parte, la
intervención divina. Para ellos, el origen de esta había que buscarlo en deficiencias
alimentarias, o mezclas inapropiadas de alimentos, elementos malsanos
transportados y contagiados por el aire-y aquí se incluían tanto los de carácter
físico como los atribuidos a voluntades sobrenaturales-,las infecciones que
ellos llamaban gusanos en la piel, intestinos o heridas, muchos de los cuales habían
sido diferenciados y clasificados con distintos nombres, o bien la aparición de
materias morbosas, como bilis o mucus en el sistema circulatorio. Este último concepto,
aunque mucho más simple, es muy parecido a la teoría humoral, expuesta
posteriormente por Hipócrates y Galeno. Tanto estos como los egipcios pensaban
que la forma de desaparecer estos humores perjudiciales era a través de las vías
de excreción naturales.
El código moral que dirigió su comportamiento social, fue
aplicado también a las relaciones con las personas enfermas, que nunca fueron
consideradas como impuras o culpables. El Papiro de Ebers recuerda que no se
debe dejar a los pacientes sin ayuda y los aleccionamientos contenidos en los
proverbios de Amenemope, incluyen la recomendación de tratar con especial
cariño a las personas enfermas o con deformaciones.
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